Estaba sentado en el suelo, la espalda contra la pared, con las piernas cruzadas y el collar blanco entre sus dedos. Las lágrimas no dejaban de caer.
En el suelo, frente suyo, estaba el cuerpo ya sin vida de su abuelo, listo para ser enterrado en el patio. Kaito lloraba sin parar, ya no hacía esfuerzo por contenerlas.
Lloraba en silencio, con la cara manchada, el cuerpo temblando y el alma hecha pedazos.
—Perdón…—susurró, una y otra vez—Perdón, abuelo… perdón…
Los recuerdos se mezclaban sin orden.
El aroma del pescado en la cocina.
El sonido de las sandalias del abuelo arrastrándose por el tatami.
Sus palabras durante los entrenamientos:
“No se trata solo sobre fuerza bruta con la espada, Kaito. Se trata de tu centro. Si el centro no está firme, el filo se quiebra.”
Y ahora… el centro estaba roto.
La culpa le pesaba más que el miedo.
Había despertado algo dentro de él, si. Había peleado para ganar, si. Pero no lo salvó.
Kaito se levantó, llevó el cuerpo de su abuelo al patio, y con una pala, empezó a cavar una tumba para su abuelo. Terminó de enterrar el cuerpo y cubrirlo con tierra, y colocó una cruz con el nombre del abuelo, y una frase:
“Aquí ya hace el mejor abuelo que jamás pudo existir, te amo, abuelo, y perdón.” Kashime Mori, 1936 - 2025
En la cama de su abuelo, el dolor se arrastró hasta que lo venció el sue?o, agotado, en el mismo lugar donde, de chico, dormía con su abuelo por miedo a los ruidos de los animales del bosque.
[...]
Los días siguientes pasaron con un silencio espeso.
Kaito atendía la tienda como podía. Algunos clientes lo saludaban con respeto. Otros solo asentían y evitaban el tema. En Aomori, a nadie le gustaba hablar sobre la muerte.
La espada con la que entrenaba con su abuelo, ahora colgaba en su espalda, y parecía más pesada.
En la escuela, su presencia era como la sombra de alguien que ya no estaba del todo atento. No prestaba atención en clase. No hablaba. No comía con nadie. El fallecimiento de su abuelo lo alejó aún más de las personas.
Hasta que, en la hora del almuerzo, algo inusual ocurrió.
Un hombre subió al techo donde Kaito solía aislarse. Alto, elegante, con un haori oscuro y un aura extra?a, como si caminara entre lo real y lo oculto.
—Kaito Mori, ?verdad?—dijo con tranquilidad—Un lugar bastante solitario, perfecto para alguien que perdió a un familiar.
Kaito alzó la mirada.
—?Quién es usted?
—Haruto Shinji. Vine a hablar contigo.
—No tengo nada que decir.
Haruto se sentó a cierta distancia, mirando el cielo gris.
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—No estoy aquí para obligarte a nada. Solo quería ver cómo estabas… después de lo sucedido con el Demogron y tu abuelo.
Kaito apretó el collar bajo su camisa.
—?Usted también sabe sobre eso?
—Sé lo necesario. Y sé que una energía poderosa se manifestó en ti esa noche. No muchos sobreviven a un encuentro con un Demogron… menos contra uno de alto rango como lo es Hashime.
Kaito tragó saliva.
—Mi abuelo no lo hizo.
Haruto asintió. No dijo “lo siento”. No dijo nada.
—Se que estas confundido, pero puedo ayudarte a entender lo que llevas dentro. Lo que podrías llegar a hacer con eso. Pero el primer paso es tuyo.
Kaito se quedó en silencio.
—Ven, camina conmigo—dijo Haruto, levantándose.
[...]
Bordeando los cerezos dormidos y los templos antiguos, Haruto y Kaito caminaron por un sendero angosto hacia las afueras del pueblo. El viento soplaba suave, y la nieve crujía bajo sus pies.
—?Qué quiere de mí?—preguntó Kaito.
—Nada—respondió Haruto—Solo quiero darte una opción.
—?Una opción?
—Existe un lugar donde aquellos que portan energía como la tuya entrenan. Aprenden a canalizarlo, a controlarla. Se llama Zenkitale.
—?Una escuela?
—Más que eso. Es también una barrera. Una protección contra lo que se avecina.
—?Y por qué debería de ir?
—No deberías… a menos que quieras.
A mitad del camino, algo se movió entre los árboles.
Una criatura deforme, encorvada, piel ceniza, ojos rojos brillantes y garras retorcidas emergió del bosque.
Un Demogron de Categoría Uno.
Haruto se detuvo y miró al Demogron.
—Bien, un Categoría Uno, perfecto para este momento.
—?Perfecto para qué?—preguntó Kaito, confundido.
Haruto dirigió su mirada a Kaito.
—Perfecto para que pelees.
—?Qué? ?Está diciendo que pelee contra ese monstruo?
—Tranquilo, Kaito, es un Demogron de Categoría Uno, es el más débil, se que podrás.
Kaito miró al Demogron, que estaba viéndolos fijamente.
—Cht, está bien—dijo Kaito, con firmeza, mientras desenvainaba su espada—Peleare contra el Demogron.
Haruto sonrió y se hizo a un costado.
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[...]
El Demogron se lanzó hacia Kaito, el cual logró esquivar el golpe, pero se enredó con sus piernas, cayó al suelo y rodó, se levantó a duras penas.
El Demogron volvió a lanzarse contra él, y esta vez, Kaito logró bloquear el zarpazo con el filo de la espada.
—?Concéntrate!—grito Haruto—?Controla la espada!
Y entonces… vino un recuerdo.
El abuelo. En el templo. Sujetando la misma espada.
“No pelees con furia, muchacho. Escucha primero. Mira a tu enemigo, la espada es como el viento: si se descontrola, es tormenta. Si la guías, es filo.”
Kaito respiró profundo. Apretó la empu?adura.
Abrió su postura. Bajó los hombros. Cerró los ojos.
Cuando los abrió, algo se había encendido en ellos.
El Demogron se lanzó.
Kaito avanzó con un paso firme.
Esquivó, giró, y cortó en diagonal, liberando una peque?a estela blanca desde el filo.+
El Demogron cayó, desvaneciéndose como humo.
Kaito quedó jadeando, la espada aún estaba en alto.
Haruto se acercó con calma.
—No fue un corte perfecto—dijo—pero fue un corte tuyo.
Kaito bajo la espada.
—?Y ahora qué?
Haruto sacó de su manga una peque?a piedra tallada con un símbolo.
—Tomala. No tienes que decidir ahora, Piensa. Llora, si es necesario. Pero si decides venir, espera la luna llena. Coloca esta piedra bajo la luz. Si tu corazón es claro, el camino se abrirá.
—?Vendrá usted?—dijo Kaito, mientras tomaba la piedra.
—No haré falta. Si tu voluntad es firme, la Zenkitale te abrirá las puertas por si sola.
Kaito miro la piedra. Luego el bosque.
Haruto se giró y comenzó a alejarse.
—Tienes el poder—dijo antes de desaparecer entre los árboles—Pero eso no basta. Debes decidir en qué lo vas a convertir.
[...]
Kaito se quedó solo en el claro.
La nieve volvía a caer.
Su respiración formaba vapor.
La piedra brillaba tenue entre sus dedos.
Y por primera vez en días, sintió que…
Aunque fuera un poco…
Podía elegir su destino.