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Capítulo 3: La Luna Decidirá

  Los días pasaban como hojas arrastradas por el viento. Frías, iguales, sin dirección.

  Kaito se levantaba temprano, abría la tienda, organizaba los estantes, atendía a los pocos clientes que aún pasaban por allí. No hablaba mucho. Nadie le preguntaba nada. No pedían explicaciones del porqué sus ojos estaban cada vez más apagados. Porque su espalda estaba más recta, pero su alma más encorvada.

  Hacía esfuerzos por no pensar en Haruto. Ni en la piedra. Ni en Zenkitale.

  Trató de aferrarse a lo que le quedaba: la rutina, el polvo en los frascos de té, el eco de la cuchara golpeando contra la taza vacía. Cada rincón de la casa era un recuerdo disfrazado de objeto. Y por eso mismo, una ma?ana, Kaito decidió hacer algo que llevaba días evitando.

  Una limpieza profunda.

  No para olvidar.

  Sino para poder respirar.

  Empezó por la despensa, luego pasó al armario de ropa, y finalmente, al peque?o cuarto que su abuelo usaba como archivero. Allí acumulaba a?os en papeles, libros viejos, documentos del templo, libretas con notas escritas a mano, e incluso algunas cajas que llevaban décadas sin tocarse.

  Kaito removió el polvo, estornudó un par de veces, y fue apilando las cosas en el centro del cuarto.

  Una caja en particular lo hizo detenerse.

  Estaba en un rincón, y era la única caja del cuarto que parecía estar limpia.

  Cuando Kaito se acercó a esa caja, pudo leer algo que lo dejó en shock por unos segundos:

  “Archivos Caso Mori”

  Eran los archivos del caso de los asesinatos de sus padres.

  con lentitud, Kaito abrió la caja.

  Dentro se encontró con carpetas selladas, recortes de diario, fotos antiguas y documentos oficiales con sellos del gobierno. En la tapa de uno de los expedientes se leía:

  “Caso MORI: Archivo N° 2671 - Clasificación Interna: Asesinato No Esclarecido”

  El corazón le dio un vuelco.

  Con manos temblorosas, comenzó a revisar el contenido.

  Había fotos de sus padres. Una de ellas lo mostraba a él de ni?o, en brazos de su madre.

  En los informes se hablaba de una emboscada en la zona rural de Kyoto. De una escena sin rastros de armas convencionales. Solo heridas hechas por algo desconocido.

  Quemaduras. Cortes limpios imposibles de replicar.

  Y al final del expediente, casi oculto, había una hoja suelta, amarillenta.

  Unauthorized usage: this narrative is on Amazon without the author's consent. Report any sightings.

  No era oficial. No tenia membrete ni firma.

  Solo una caligrafía firme y clara.

  “Kaito… el día que la oscuridad te reclame, recuerda: tú no naciste para huir. Naciste para encender la llama que otros apagaron. Si no lo haces tú… nadie lo hará”

  Abajo, sin firma, pero sin necesidad de ella, reconoció la escritura de su abuelo.

  Kaito sintió que el aire le faltaba.

  Volvió a leer la frase. Una, dos, cinco veces.

  No era un mensaje casual. Era una declaración.

  Su respiración se aceleró.

  Se levantó de golpe.

  Cerró la caja.

  Había llegado el momento.

  No podía seguir ignorando lo que lo rodeaba. No podía seguir escondiéndose detrás de estanterías de té y recuerdos estáticos.

  El abuelo había dejado todo preparado. Y él… por fin, estaba listo para avanzar.

  [...]

  Kaito empacó en silencio.

  Tomó una mochila de tela, metió algunas fotos del abuelo, un par de libretas peque?as, un cuaderno donde él anotaba técnicas con la espada, y por supuesto, los documentos del caso Mori.

  La espada la ató con firmeza en su espalda. No era solo un arma. Era un símbolo. Una promesa.

  Antes de salir, se arrodilló frente al peque?o altar que la gente le había hecho en honor a su abuelo. Había una vela encendida, incienso consumiéndose, y la cruz con la frase grabada:

  “Aquel que protege, vive para siempre.”

  Kaito cerró los ojos y bajó la cabeza.

  —Voy a ir. No porque sé cómo. Sino porque no puedo seguir sin saber quien soy… ni qué soy.

  Se levantó. Apretó el collar blanco contra su pecho. Y salió.

  [...]

  La nieve caía suave.

  Era noche cerrada, y la luna llena brillaba como un farol sagrado sobre los árboles.

  Kaito caminó sin miedo. Sabía a dónde debía ir: al claro donde había peleado con el Demogron. Donde Haruto le había entregado la piedra.

  Cuando llegó, el silencio era tan profundo que podía oír su propia sangre.

  Sacó la piedra tallada y la colocó sobre una roca plana.

  La luz de la luna la tocó… y algo se activó.

  Primero un leve resplandor. Luego un círculo de energía blanca comenzó a formarse en frente suyo. Un zumbido suave llenó el aire. La temperatura cambió. El viento se detuvo.

  El portal se abrió.

  Una espiral de niebla giraba en su interior. Y dentro… un pasaje hacia algo completamente distinto. Algo más allá del entendimiento común. Más allá de Aomori.

  Más allá de todo lo que conocía.

  Kaito no lo pensó dos veces.

  No esta vez.

  Apretó el collar, ajustó la espada, y dio un paso adelante.

  El portal lo envolvió.

  [...]

  No hubo dolor. Solo un vacío cálido.

  Por un instante, Kaito sintió que flotaba.

  Que no era carne ni hueso, sino voluntad pura.

  Cuando abrió los ojos, estaba en otro lugar.

  Un bosque de árboles sakura lo rodeaba. Las antorchas flotaban como luciérnagas. Y a lo lejos, en la cima de una monta?a, iluminada por faroles espirituales y envuelta en neblina mística, se alzaba la silueta de un lugar imposible:

  Zenkitale.

  Una escuela.

  Un refugio.

  Un desafío.

  La energía en su interior vibró como si saludara ese lugar. Como si por fin hubiera llegado a donde pertenecía.

  Kaito respiró hondo.

  No había vuelta atrás.

  Con esto, se termina el primer arco que constó de tres capítulos

  arco I: “El Despertar del Silencio”

  El siguiente paso ya no depende del dolor… sino de la acción y elección.

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