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Capítulo 1: El inicio de un Destino

  La luz de la luna cae suavemente sobre el salón del Trono, haciendo brillar las paredes de mármol blanco y los grabados dorados que cuentan las glorias del pasado. Las voces de los cánticos angelicales llenan el aire con una paz casi tangible, pero no puedo apartar la mirada de mi hija.

  Mi peque?a Liora, tan frágil e inocente, duerme en una cuna adornada con plumas doradas y estrellas talladas en cristal. Su respiración es pausada, y un destello de luz emana de su piel, una se?al de su linaje único.

  —Mi peque?a estrella... —susurro con ternura, deslizando los dedos por su diminuta mano—. ?Qué futuro te espera? Tanto amor y tanto peligro te rodean ya, y apenas acabas de llegar al mundo…

  A mi lado, Aurelion se mantiene erguido con la postura de un rey, pero sus ojos reflejan la dulzura de un padre. Coloca una mano firme sobre mi hombro y me dedica una mirada tranquilizadora.

  —Mi amor, Selene, ella no solo es nuestra hija. Es el futuro de Celestia y de todos los reinos. Mira a nuestro alrededor… incluso en tiempos difíciles, su luz trae esperanza.

  Sonrío débilmente, pero la inquietud en mi pecho no desaparece.

  —Lo sé… pero, Aurelion… ?y si no podemos protegerla? La oscuridad no ha desaparecido, solo ha sido contenida…

  Antes de que pueda continuar, una presencia delicada se acerca. Un hada de cabello iridiscente camina con gracia hasta la cuna, sosteniendo un frasco de cristal repleto de polvo brillante. Su luz parpadea con un fulgor celestial.

  —Majestades —habla con una voz melodiosa—, este polvo contiene la esencia de las estrellas más antiguas. Su luz guiará a la princesa en los momentos más oscuros, como un faro que nunca se apaga.

  Tomo el frasco con gratitud, sintiendo el leve calor de su energía pura. Pero mis ojos no se apartan de Liora, y en mi mente persiste la duda. ?Será esto suficiente para protegerla de lo que está por venir

  ...

  Bajo este disfraz de guardián, nadie me reconoce. Mis ojos no abandonan a la peque?a princesa. Mi mandíbula está tensa, y mis manos permanecen cerradas en pu?os, ocultas bajo el manto que me cubre.

  —Esto no es lo que quiero… No debería estar aquí. Pero si ella vive, el equilibrio que tanto he buscado será imposible. ?Por qué tiene que ser así?

  El eco de mis pensamientos es ensordecedor, una lucha constante contra las emociones que me consumen. Una parte de mí quiere darse la vuelta, marcharse, abandonar este acto antes de que sea demasiado tarde. Pero... debo cumplir la visión de mi padre, debo cumplir la promesa que le hice antes de su muerte.

  —No tengo elección. La profecía no se equivoca. Pero... ?por qué tiene que ser ella? Tan solo es una bebé.

  El silencio de la noche envuelve el reino. Atravieso los pasillos dorados, ahora fríos y vacíos. Cada paso me acerca a la habitación de la princesa, y con cada paso, siento mi culpa crecer dentro de mí.

  Cruzo la entrada con sigilo. Mi mirada se posa en la cuna. La ni?a duerme tranquila, ajena al peligro que se cierne sobre ella. Una ola de emociones me golpea con fuerza.

  —?Es esto realmente lo correcto? Ella no tiene la culpa. Pero... si la dejo aquí, todo lo que he planeado será en vano.

  Me acerco, mis manos tiemblan mientras invoco un portal oscuro. Las sombras comienzan a arremolinarse en el aire, murmurando, como si entendieran la gravedad de lo que está por ocurrir.

  —Lo siento, peque?a luz. Esto no debería ser tu destino, pero no tengo elección.

  Con un gesto rápido, las sombras envuelven a la peque?a, silenciando su respiración tranquila. Antes de cruzar el portal, me detengo y miro la cuna vacía por última vez.

  —Adiós, peque?a luz —susurro, antes de desaparecer en la oscuridad.

  ...

  Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras avanzo por los pasillos con el corazón palpitante. Algo dentro de mí se revuelve con desesperación, como si una sombra invisible me advirtiera del horror que está a punto de consumirme.

  —?No! ?No puede ser! ?Mi bebé!

  Mi voz se quiebra en un grito desgarrador al ver la cuna vacía. El tiempo se detiene. El aire se vuelve pesado, irrespirable. Mi pecho se oprime mientras me aferro al borde de la cuna, sintiendo cómo el mundo a mi alrededor se desmorona.

  El eco de mi llanto resuena por todo el palacio, rompiendo la paz de la noche. Pasos apresurados retumban en los corredores y, en cuestión de segundos, Aurelion aparece con el rostro desencajado, su mirada llena de alarma.

  —Selene, ?qué ocurre?

  Pero al posar sus ojos en la cuna vacía, su expresión se transforma en puro horror.

  —Se la llevaron, Aurelion... nuestra ni?a... ?Encuéntrala, por favor! —sollozo, mi voz ahogada en desesperación. Me aferro a la cuna como si aún pudiera encontrar su calor en ella, como si el simple hecho de sostenerla pudiera traerla de vuelta.

  Aurelion alza la vista al cielo, y una furia desbordante se apodera de él.

  —?Convoco a todos los guardianes! ?Que se preparen para buscarla! ?Juro que no descansaremos hasta traerla de vuelta!

  El aire del palacio, antes vibrante con luz, se oscurece, como si la tristeza lo envolviera en su abrazo implacable. Un peso insoportable cae sobre todos los presentes. La esperanza que Liora representaba parece haberse desvanecido con ella, dejando solo el eco de un sacrificio y las sombras de un destino incierto.

  ...

  El amanecer ba?a el tranquilo pueblo de Hollow Creek en tonos rosados y dorados. Las peque?as casas de madera aún exhalan humo por sus chimeneas, un recordatorio del calor acogedor de la noche anterior. Pero algo rompe la rutina habitual…

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  En las escaleras del viejo orfanato, una bebé envuelta en una manta decorada con símbolos extra?os yace tranquilamente, como si el mundo la hubiera protegido hasta este momento.

  Me detengo, mis ojos se enfocan en la peque?a figura con una mezcla de curiosidad y preocupación.

  —Edward… ?ves lo que yo veo? —se?alo con la voz apenas un susurro.

  Mi esposo frunce el ce?o y sigue la dirección de mi mirada. Al principio, su expresión muestra confusión, pero en un instante se transforma en sorpresa.

  —?Un bebé? ?Quién la habrá dejado aquí?

  No espero una respuesta. Camino hacia las escaleras de madera, cada paso resonando con un eco hueco en la quietud de la ma?ana. Me agacho con delicadeza y, con una leve caricia, aparto la manta para descubrir su rostro.

  El aire frío de la madrugada choca contra mi piel, pero cuando toco a la ni?a, una calidez inexplicable me envuelve.

  —Es tan cálida… incluso en este frío —susurro, fascinada.

  Edward, siempre más reservado, se mantiene a unos pasos, observándome con cautela.

  —Marianne, no sabemos de dónde vino. Puede que alguien la esté buscando.

  Pero sus palabras apenas llegan a mí. Ya estoy perdida en los ojos celestes de la bebé. Son como el agua cristalina, pero más… más profundos. Un torbellino de emociones me invade, como si esta peque?a estuviera destinada a cruzarse en mi camino.

  —Mira, Edward… sus ojos —mi voz se vuelve suave, reverente.

  Edward da un paso adelante, su mirada se suaviza con una mezcla de resignación y ternura. Sabe lo que significa esta expresión en mi rostro. No aceptaré un "no" como respuesta.

  —De acuerdo —cede con un suspiro—, pero primero debemos entrar al orfanato. Tal vez alguien la esté buscando.

  Asiento, aunque en mi corazón sé la verdad. Esta ni?a no pertenece a nadie más. Es como si la hubieran dejado aquí… para que yo la encontrara.

  Cuando entramos al orfanato, la directora nos recibe con sorpresa. Tras revisar los registros y consultar con los demás cuidadores, confirma lo que ya intuía: no hay informes de ningún ni?o perdido o abandonado recientemente.

  Mi corazón late con fuerza, y sin dudarlo más, pronuncio las palabras que sellarán su destino.

  —Se llamará Liora. Escuché ese nombre en un sue?o hace a?os… significa "luz", ?verdad?

  Edward, que me observa en silencio mientras acaricio el diminuto rostro de la bebé, esboza una leve sonrisa.

  —Un nombre perfecto para alguien tan especial.

  Asiento, sintiendo que algo en mí se completa. Mientras conversamos con la directora sobre los trámites de adopción, un escalofrío recorre mi espalda.

  Hay alguien más aquí.

  Sin girarme del todo, percibo una presencia en la distancia. Una sombra entre las calles silenciosas del pueblo, oculta en la penumbra.

  Dos ojos brillan desde la oscuridad, fijos en la ni?a con una mezcla de nostalgia y melancolía.

  Un simple aldeano, diría cualquiera. Pero hay algo en su mirada… algo que me hace sentir un escalofrío.

  …

  En el corazón de Celestia, el Salón del Consejo está sumido en una penumbra que absorbe incluso la luz natural que normalmente lo llena. Las paredes de cristal, que solían reflejar los destellos del Trono Dorado, ahora proyectan sombras inquietantes.

  Mi esposo se encuentra de pie en el centro del salón, una figura de mármol: inmóvil, con la mandíbula tensa. Sus ojos, normalmente brillantes como el cielo despejado, ahora están oscuros, llenos de rabia contenida.

  —?Cómo es posible que alguien se infiltrara aquí? ?Mi hija estaba bajo la protección de todos nosotros! —su voz resuena como un trueno, haciendo eco en las altas columnas del salón.

  Los líderes de las razas aliadas, convocados de urgencia, guardan silencio. Ninguno se atreve a mirar directamente al rey.

  Un elfo anciano, de cabello plateado y túnica adornada con hojas de oro, da un paso adelante.

  —Majestad, las defensas de Celestia no han sido violadas en siglos. Esto no pudo ser obra de un simple intruso… solo alguien con un poder inmenso podría haber burlado nuestras barreras.

  Sentada al lado del Trono Dorado, alzo la mirada. Mis ojos, enrojecidos por las lágrimas, brillan con una mezcla de dolor y determinación.

  —Eso no me importa. Quiero saber quién lo hizo… y por qué. Mi hija está en algún lugar, sola, y nosotros estamos aquí… discutiendo teorías. —mi voz se quiebra, ahogada por la desesperación.

  El silencio se vuelve aún más pesado. Aurelion cierra los ojos por un instante, intentando contener la tormenta que crece dentro de él.

  No puedo permanecer aquí. Me alejo del bullicio del consejo y me refugio en mis aposentos. La luz de las lámparas mágicas apenas ilumina la estancia, como si reflejara el vacío en mi corazón.

  En mis manos sostengo el fragmento de la manta de mi peque?a, el único vestigio que quedó en su cuna vacía. Lo acaricio con delicadeza, como si al hacerlo pudiera sentir su presencia una vez más.

  —Mi ni?a… dondequiera que estés, mi amor, nunca olvides que eres amada. Prometo que haré todo lo posible por encontrarte y traerte a casa.

  Murmuro las palabras con un nudo en la garganta. Una lágrima solitaria recorre mi mejilla mientras acerco la manta a mis labios y la beso con devoción. La tela aún brilla débilmente, como si el vínculo entre madre e hija no pudiera romperse a pesar de la distancia.

  Respiro hondo y regreso al salón del consejo. Me coloco frente a los líderes reunidos, mis manos firmes a pesar del temblor interno.

  —Búsquenla. En todos los reinos, en cada rincón del multiverso. No regresen hasta que tengan noticias de mi hija. Ella es la esperanza de este mundo, y no permitiré que la oscuridad la reclame.

  Mi voz es firme, pero cargada de emoción. Un murmullo de asentimiento recorre la sala y, sin más demora, los líderes comienzan a marcharse para cumplir mi orden.

  La noticia de la desaparición de la princesa Liora se esparce como un incendio por los reinos aliados. ángeles, elfos, hadas, gigantes y otras razas inician la búsqueda desesperada de mi ni?a, la peque?a de cabello dorado y ojos celestes.

  En Celestia, el brillo del Trono Dorado parece haberse atenuado. La desesperanza impregna el aire, y las canciones celestiales que solían llenar el reino ahora se han convertido en susurros tristes.

  Aurelion se encuentra junto a la ventana de nuestra habitación, observando el horizonte con el ce?o fruncido. Su postura es rígida, pero sus ojos reflejan la misma angustia que me consume.

  Me acerco y lo abrazo por la espalda, apoyando mi cabeza en su hombro.

  —Liora… por favor, aguanta. Siente nuestra luz. No importa dónde estés… te encontraremos.

  …

  En los rincones más oscuros del multiverso, un reino olvidado por la luz celebra la noticia. Es un lugar donde el odio y la maldad prosperan, donde la risa se convierte en ecos retorcidos. Las torres negras del castillo principal se alzan como garras contra el cielo sin estrellas, y los ríos de lava iluminan la tierra con un resplandor siniestro.

  Entro al salón principal. A mi alrededor, los demonios más antiguos están reunidos alrededor de una mesa de piedra cubierta de mapas y pergaminos. La tensión en el aire es palpable; todos saben que estamos al borde de un cambio irreversible.

  —La desaparición de la princesa es nuestra oportunidad. Sin ella, el equilibrio de Celestia se tambaleará. Es el momento perfecto para sembrar el caos. —mi voz resuena en la sala mientras me acerco a la mesa, con una sonrisa apenas visible en mi rostro.

  Uno de mis sirvientes más leales, Adán, deja escapar una risa maliciosa.

  —Si logramos desatar una guerra entre los reinos aliados, su propia desesperación los destruirá. Entonces… tomaremos lo que siempre debió ser nuestro.

  Me detengo frente a mi trono, envuelto en sombras. Con un simple gesto, levanto una mano, silenciando las voces que comienzan a alzarse en anticipación.

  —Comencemos. La caída de la luz nos dará la victoria que tanto hemos esperado.

  La sala queda en un silencio expectante antes de que la maquinaria de guerra comience a moverse. Los demonios, llenos de odio y ambición, se movilizan sin dudar. La desaparición de Liora no solo ha sumido a Celestia en tristeza; también ha encendido una chispa que podría consumir el multiverso en guerra.

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