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Entrega 1: El Horror Bajo el Muelle de Eldryn — Parte 1

  Korax 17 — Inselaciune 1, 1308

  El mar siempre me llenó de terror. Lo cual, en retrospectiva, tenía mucho sentido, considerando que me había ahogado más veces de las que quisiera recordar.

  Esa sensación me inundó de nuevo cuando volví a los muelles. Te habrías reído, con esa maldita mueca tuya, si me hubieras visto. Iba casi de puntillas, como si se me hubieran caído las agujas de mamá, sin atreverme a mirar por el borde del entablado. Solo deseaba estar en otra parte menos aquí. Pero nunca funcionaba. Solo bastaba echar una mirada entre las grietas —esos malditos huecos en los tablones— para recordar lo que había debajo. Y entonces los recuerdos regresaban. El agua cerrándose a mi alrededor, la lucha desesperada por respirar, la oscuridad abrazándome mientras caía—

  —?Apártate, muchacho!

  Los bramidos del capataz me devolvieron a la realidad. Me tambaleé hacia atrás, alejándome del borde, y mascullé una disculpa. Me tomó un minuto darme cuenta que, lamentablemente, aún seguía en el Muelle de Eldryn.

  ?Por qué demonios había venido? Le había prometido a la ni?a que encontraría a su padre. Pero, ?solo era eso?

  La había conocido durante el Festival del Coral unas noches atrás. Me dijo que su viejo estaba perturbado, como si no fuera el mismo de siempre. Casi me marché en ese instante, listo para tachar al hombre de ser un simple borracho más. Pero entonces usó la otra palabra para describirlo: "embrujado". Esa palabra me había traído al Muelle. Era una posibilidad remota, pero si un espíritu estaba involucrado, tenía que ayudarlos.

  Eché otra mirada al lugar, el puerto más antiguo de Kefnfor, absorbiendo la escena tranquila y buscando cualquier pista que pudiera ser de ayuda.

  A mi derecha, un grupo de hombres —la mayoría enanos— descargaba cajas y redes de un pesquero recién llegado. Su capataz, el mismo tipo encantador de antes, ladraba órdenes como si fuera due?o del lugar. Llevaban la pesca del día a los almacenes junto a la vieja estación ballenera, al norte del puerto. No me parecían el tipo de sujetos que escucharían mis preguntas, al menos no con lo ocupados que se veían. Podría convencerlos de hablar —un simple susurro mágico bastaría— pero el esfuerzo me pareció excesivo.

  Por proceso de eliminación, solo quedaba el capataz. Fantástico.

  Cuando me acercaba para interrogarlo, una voz me paró en seco. Era extra?amente familiar, murmurando a través de la niebla.

  —Algo viene. Algo extra?o.

  Mi espíritu me instó a no preocuparme. La voz no era una amenaza y solo hacía una observación. Pero sí me preocupé. ?Qué me estaba observando?

  Incluso si el peque?ín en mi interior —mi compa?ero, como me gustaba llamarle— insistía en que la voz no era hostil, no quedé del todo convencido. Necesitaba otro plan, al menos hasta que supiera qué espíritu se había interesado en mí.

  Sin dudarlo más, dí la vuelta hacia la calle paralela a los muelles.

  El Muelle de Eldryn era el corazón de la ciudad-estado, al menos cuando se trataba de comercio. Las tiendas que inundaban la avenida principal lo reflejaban a la perfección. Aquí podías encontrar cualquier cosa, desde suministros de pesca y restaurantes de mala muerte, hasta El Emporio de Ropa de Morgan e Hijos, una tienducha barata que pretendía lo contrario. Incluso se podía obtener información sobre un hombre desaparecido… si se tenían suficientes monedas.

  Por el camino, pasé frente a una tienda de comestibles, más destartalada que las demás, con la pintura descascarada y un letrero descolorido. Una mujer caminaba inquieta en el interior, reabasteciendo los estantes y limpiándolos con un trapo viejo. Una ni?ita la seguía, llevando una mu?eca con una mano y una cubeta con agua en la otra. Y allí, escondido entre frascos de miel y latas de salmón, un peque?o espíritu —Afecto, por lo visto— observaba la escena con silencioso deleite.

  Era chistoso. Parte de mí quería arrinconar al espíritu y preguntarle qué le fascinaba tanto. Además, parecía más viejo que los otros espíritus del Muelle y no paraba de imaginar las historias que podría contar.

  Lástima que no podía detenerme a charlar. Mi rumbo era otro; un lugar de carcajadas y cantos desafinados, donde los trabajadores se relajaban después de un largo día bajo el sol: la cantina de Dafydd. Quizás alguien adentro podría decirme dónde encontrar al hombre desaparecido o al menos darme una pista que me ayudara en mi búsqueda.

  La cantina estaba escondida en las estrechas calles que separaban al puerto del resto de la ciudad. Ventanas palladianas y ladrillo viejo sugerían un edificio más antiguo que la mayoría en el Muelle, y sin embargo, no parecía fuera de lugar. Era como si las estructuras circundantes hubieran tratado de imitar su estilo tan peculiar cuando fueron construidas.

  Pero lo que más amaba de este lugar eran los candiles de aceite que colgaban de la fachada, brillando cálidamente sobre la acera. Tal vez era un poco anticuado, pero no soportaba las lámparas de gas que usaban en el resto de la ciudad ni mucho menos las monstruosidades eléctricas que habían aparecido en los distritos más opulentos.

  Como era de esperar, la cantina estaba al tope. Incluso habían sacado barriles como mesas improvisadas para los clientes que ya no cabían dentro. Aun así, muchos tipos estaban de pie, bebida en mano, riendo y cantando con una alegría contagiosa. Unos enanos eran particularmente ruidosos, compartiendo relatos de sus "problemas con las se?oritas". Encantador.

  Al entrar, la calidez del lugar me superó y los olores y sonidos de la cantina inundaron mis sentidos, despertando en mí una sensación de nostalgia frenética.

  Todas las mesas estaban abarrotadas de personas de todo nivel social, bromeando como amigos de toda la vida, y llenando el aire con una cacofonía de música y charlas de borrachos. Algunos incluso cantaban —bastante mal, por cierto— viejas salomas clei?ianas, mezcladas con melodías de Kefnfor modernas. Y los olores… ?Uy! El lugar olía a frijoles, cerdo, páprika y eneldo. Estofado Ahumado de Frijoles Clei?ianos. Habría reconocido ese olor en cualquier lugar.

  Y no podía olvidar a los espíritus. Escondiéndose en cada grieta, observaban el espectáculo en silencio desde su mundo invisible.

  La mayoría flotaba sin rumbo, al margen de mi visión, saltando de mesa en mesa o deslizándose bajo los mostradores hasta desaparecer tras las paredes. Algunos ni siquiera se molestaban con los juegos y simplemente se esfumabana en el aire con un chasquido que la gente ni registraba; una sensación que recordarían sólo en sue?os, y olvidarían nuevamente al despertar.

  Pero también estaban las excepciones. Los curiosos. A los que sí tenía que vigilar.

  Afortunadamente, un espejo colgaba detrás del mostrador, perfecto para observar espíritus. Desafortunadamente, el viejo due?o de la cantina era quien atendía la barra esa noche.

  El enano me odiaba. No había otra forma de decirlo. Cualquier otro cliente podría pedir una cerveza y unas papas por el módico precio de un bani. En cambio, yo debía desembolsar tres o cuatro por un sólo vaso de jugo amargo y las sobras del día. Mi único consuelo era aprovecharme de que el viejo avaro amaba más el dinero de lo que me odiaba a mí. ?Era tonto gastar cuatro banis para verle hacer un berrinche a causa de los malvados portadores en su cantina? Probablemente. ?Valía la pena? Absolutamente.

  Sin más opción, me armé de valor, me senté junto a la barra, y decidí hacer lo impensable: hablarle bien. Ya habría otra oportunidad para molestarlo, por ahora necesitaba su ayuda. Si era cierto que el cantinero conocía a todos en el Muelle, él era mi mejor opción para encontrar al papá de la ni?ita.

  —?Buenas noches, compa?ero! —dije—. Noche ajetreada, ?no? Espero que el negocio vaya viento en popa.

  El enano se acercó apenas me senté. Siempre lo hacía. Probablemente pensaba que mientras más pronto hiciera mi pedido, más pronto me iría. Se limitó a mirarme con sus ojos amarillentos y a arrugar la nariz en la punta de su estrecho hocico. Sus manos, cubiertas en ese pelaje azul cobalto tan común en la isla, jugueteaban con las botellas vacías sobre el mostrador.

  Tras varios segundos del silencio incómodo, el hombre soltó un suspiro teatral. No dijo nada. Pero tampoco me echó a patadas. Eso contaba como una victoria, ?no?

  —?Podrías traerme sidra de manzana y papas fritas? —pregunté, interpretando su silencio como permiso para hablar.

  —Dos banis.

  —Aquí tienes. Además me preguntaba si…

  El enano arrebató las monedas del mostrador y se marchó sin más. La misma rutina de siempre. ?Había hecho lo correcto al venir aquí?

  El cantinero detestaba a todo portador que entraba en su cantina, incluyéndome. La verdad no podía culparlo, considerando como veían la magia en Kefnfor. Aun así dolía. Algunos de nosotros solo queríamos una merienda decente, una charla amistosa e información acerca de un hombre enloquecido que podría estar a dos palabras de volverse un Deshecho. ?Era mucho pedir?

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  A lo mejor el capataz no me hubiera tratado así. Debí preguntarle…

  Mientras el enano iba por mi pedido —ojalá sin escupirle esta vez— eché un vistazo al espejo y aproveché para arreglarme el pelo. Unos mechones se habían soltado con la brisa, ya que la maldita pomada que compré en los mercados del Octante no servía para nada. La peor inversión de mi vida. Y supongo que también podría echarle el ojo a los invitados invisibles de la cantina.

  Algo que nunca entendí de los espíritus era cómo percibían el mundo. Podían imitar casi perfectamente a los animales a los que se parecían, pero había ciertos detalles, ciertas acciones, que delataban su naturaleza etérea.

  Tomemos los espejos, por ejemplo. Los espíritus no parecían verlos. O mejor dicho, no parecían ver a través de ellos. A excepción de algunos como Verdad, Intuición y Orgullo, los espíritus no parecían entender cómo funcionaba un espejo. En una ocasión pasé horas observando a un peque?ín a través de un espejo de bolsillo, y el espíritu jamás reaccionó.

  Así fue como descubrí que los espejos eran perfectos para mantener vigilados a los bastardos etéreos sin que estos se dieran cuenta. ?Y qué mejor lugar para usar ese truco que en una cantina tan acogedora como esta? Podía usar un ojo para vigilar al enano y el otro para asegurarme de que los espíritus no estuvieran haciendo nada extra?o. Muy extra?o.

  Por fortuna, solo un pu?ado de espíritus requerían mi atención.

  Cerca de la entrada, un espíritu de Deseo se deslizaba entre las monedas de unos hombres que jugaban a las cartas y su piel translúcida centelleaba cada vez que alguien robaba. En la mesa de al lado, Tristeza colgaba de las vigas en el techo a la vez lloraba por el trágico relato de un marinero. Más adentro, un espíritu de Traición, parecido a un xoloitzcuintle, dormía a los pies de una enana que se mostraba muy amistosa con el hombre a su lado. Seguro no era su marido.

  Sin embargo, lo que me sorprendió fue la enorme cantidad de espíritus de Preocupación que rondaban por la cantina. Conté al menos veinte al entrar, y cada vez había más. Lo que me pareció extra?o era que simplemente flotaban sin rumbo entre la clientela, como si esperaran algo.

  ?Me habían seguido? Su presencia me inquietó.

  —Tu comida —gru?ó el enano, azotando el plato frente a mí.

  —Espera un segundo —dije, sonando más desesperado de lo que me habría gustado—. Estoy buscando a un compa mío. Pensé que tal vez lo habrías visto.

  —?Un “compa”?

  —Ha desaparecido, ?sabes? Es un poco bajo para ser humano, pelirrojo, de ojos verdes…

  —Un portador —dijo el enano secamente. No era una pregunta. Me había pillado. La palabra tenía el veneno suficiente para acabar con todo un poblado.

  —Sí —admití. Tenía que elegir mis palabras cuidadosamente—. Tal vez. Su hija piensa…

  —Tienes tu comida. Cómela.

  Malditos los dioses. ?Por qué era tan difícil este hombre? ?Qué podía hacer? Algo en su porte me decía que no aceptaría un soborno, por lo que solo me quedaba convencerlo a la antigua.

  —Mi compa trabaja en uno de los almacenes de por aquí —dije, ignorando su rechazo—. Creo que en la vieja estación ballenera. Se llama Elian.

  —Elian.

  —Chí. ?Lo conoces? Seguro era uno de tus clientes. Siempre le gustaron los buenos licores.

  —A mucha gente le gustan. Esto es una cantina.

  —Claro, por supuesto. Su hija dijo que le gustaba este lugar, y por eso pensé que…

  —Pide ayuda a los Hospitalarios. O a los guardias de la ciudad. Yo no lo he visto.

  ?Dioses! Cómo deseaba aplastar esa cara vulpina. Seguro el cantinero sabía algo. Lo delataba la duda que se formó en su rostro cuando dije “Elian”. Y la forma en la que sus orejas puntiagudas se habían aplastado hacia atrás indicaba que estaba ansioso, o incluso asustado.

  Hubiera preferido no usar magia —siempre pasaba algo inesperado— pero el enano no me dejó opción.

  Miré al espíritu que se arrastraba sobre el mostrador, su cola anfibia soltando algo como cieno a su paso. A pesar de no ser muy grande, tal vez del tama?o del brazo del enano, la criatura era algo inquietante. Su cabeza era ancha y plana, como la de una serpiente pisada, y sus ojos negros como el mar ofrecían una sensación de consuelo al mirarlos directamente. Escamas oscuras, como placas de armadura cubiertas de un ícor rojo sedoso, cubrían el cuerpo de la criatura, y en cada articulación de su cuerpo —rodillas, codos, cola, e incluso los nudillos— había una fauce voraz, cubierta por incontables agujas afiladas.

  Preocupación; una combinación retorcida entre Compasión y Miedo. Casi podía saborear lo errado de este ser.

  Volví a hablar, manteniendo mi voz firme… o tan firme como me lo permitía el tartamudeo. Fingí dirigirme al enano aunque en realidad enfocaba mis palabras en el espíritu.

  —Por favor, necesito su ayuda. Estoy preocupado por Elian. Podría estar en peligro. Podría ser un peligro para otros. ?No estaría preocupado también si fuera su amigo?

  Los ojos del enano se estrecharon en dos finas líneas. Aún no se lo tragaba. Pero ya no importaba. Preocupación me miraba fijamente, sus ojillos negruzcos perdidos en los míos. Tenía toda su atención.

  El espíritu flotó por el aire y se deslizó detrás del mostrador. Su cola, una parodia grotesca de la de un axolote, se sacudía de lado a lado, goteando su limo espectral sobre los pisos de madera. Y una vez estuvo junto al hombre, el espíritu hizo su magia, inundando la mente del enano con su influencia y reemplazando todo lo demás. Casi se podían ver los engranajes girando tras sus ojos cuando Preocupación se apoderó de su corazón.

  Los ojos del cantinero se abrieron de par en par mientras su boca temblaba. De pronto, se inclinó hacia delante, como sigiloso. Estaba tan cerca que pude oler el sudor en su frente.

  —Quiero ayudar. Es solo que... —el cantinero vaciló, su voz temblando con cada palabra—. No sé a dónde fue Elian. Lo vimos hace tres días, y luego… nada.

  —?Por las tetas de la Navegante, Dafydd! —rugió un hombre desde el otro extremo de la cantina, su voz ahogó todas las demás—. ?Dile la verdad al maldito portador!

  El hombre se dirigió hacia mí, cubriendo la distancia con tan sólo un par de zancadas.

  Supongo que eso confirmaba que yo era el "maldito portador". Genial. Por eso odiaba usar magia. Lo único que conseguía eran insultos gratis y marineros gritando en mi cara.

  —?Buscas a Elian, no? —espetó el hombre.

  —Sí. Su hija está preocupada. No lo ha visto en días.

  —Borracho inútil, ese. Perdió su trabajo con los Branwen por andar bebiendo. Maldito desperdicio de hombre, no puede mantener un empleo ni para comprarle un puto pan a su hija.

  —?Dónde trabaja...? —traté de preguntar, pero el hombre me interrumpió. Otra vez. Realmente estaba empezando a odiarlo. Tal vez la hostilidad del enano no era tan mala después de todo. Al menos me dejaba hablar. Casi siempre.

  —En un restauransucho junto a la ballenera. Los Branwen lo construyeron para los trabajadores. Malditos imbéciles. Nosotros queríamos alejarnos del hedor a grasa y sangre, no comer ahí mismo.

  —Creo que conozco el lugar —dije—. Debería ser fácil llegar desde aquí. Gracias—

  —?Vas solo? —preguntó otro tipo detrás mío. Me dí cuenta que más personas se acercaban para escuchar lo que estaba pasando. Deseé que solo se tratara de unos cuantos chismosos.

  —Si Elian es un portador —comencé, tratando de razonar con ellos—, podría ser peligroso. Sería mejor que vaya solo—

  El pu?etazo llegó de la nada. No fue el tipo ruidoso ni el hombre chismoso. Ni siquiera fue el enano, aunque seguro se moría de ganas por golpearme desde hace tiempo. No. Una mujer de mediana edad, tal vez una comerciante a juzgar por sus ropas, se tomó la molestia de darle un buen gancho al "maldito portador". La fuerza del golpe, o solo la sorpresa por lo absurdo de la situación, me mandó al suelo.

  Pero lo realmente preocupante era la multitud de clientes enfadados que se cernían sobre mí.

  —Ni de co?a —bramó la mujer—. Elian es uno de los nuestros. Cuidamos de los nuestros y cuidamos del puerto. No necesitamos que un perro rompe-promesas nos diga qué hacer. Este es nuestro sustento.

  “Perro rompe-promesas.” Así que ese insulto aún estaba de moda. No lo había escuchado en a?os e incluso llegué a pensar que ya lo habían superado. Suspiré internamente. Las caras cambian pero los prejuicios no.

  —No lo entenderías, portador —dijo el enano, su voz sorprendentemente fuerte desde el otro lado del mostrador. Sus manos se cerraban en un par de pu?os que temblaban de ira o miedo—. Quizás esto no signifique nada para los de tu cala?a, pero el Muelle es todo lo que tenemos. Iremos contigo.

  Si me viera obligado a pelear, seguro les ganaba a todos. El problema vendría después. ?Cómo se le explica a la Guardia de la Ciudad qué tuve que noquear a los clientes inocentes de tan respetable cantina?

  Derrotado, solté un suspiro. Siempre pasaba lo mismo al usar magia… Al menos conseguí una pista.

  —Okey, pues, —cedí—. Pero quédense cerca. No sería bueno pa’l negocio si las cosas se ponen feas, ?no?

  —?Se pondrán feas? —preguntó el cantinero.

  —Espero que no.

  La música se había detenido. Los meseros despejaban las mesas mientras los clientes pagaban sus cuentas. El ambiente había cambiado. Tal vez fue mi culpa o la de Preocupación, o tal vez de ambos. No importaba. Varios hombres, humanos y enanos por igual, formaban grupos para ir a buscar al hombre desaparecido.

  Se me hizo un nudo en el estómago al escuchar cómo hablaban de planes y posibles lugares en dónde buscar. Estos hombres estaban arriesgándolo todo por Elian.

  ?Era la influencia de Preocupación lo que me hacía sentir así? No… era otra cosa. La forma en que hablaban de Elian… Algo no encajaba.

  Deseé, no por primera vez, que mi espíritu me pudiera guiar o al menos hablarme. Pero permaneció en silencio, como siempre.

  El tipo ruidoso me ayudó a levantarme. Dijo que lamentaba lo de los gritos e incluso se disculpó por el pu?etazo de la mujer, quien aparentemente era su esposa. Le dije que no se preocupara. Aunque mi mejilla aún palpitaba donde el pu?o aterrizó, sabía que no dejarían un moretón.

  Mientras me dirigía a la puerta, mi mano se deslizó instintivamente en mi bolsillo. Con alivio comprobé que los pocos banis y cainis que cargaba conmigo no se me habían caído.

  Antes de salir de la cantina —este establecimiento tan decente y refinado— miré a los espíritus una vez más. Las Preocupaciones se felicitaban por un trabajo bien hecho, prácticamente estremeciéndose de placer. Sus colas grotescas se meneaban de lado a lado y todas sus fauces formaban sonrisas horriblemente reconfortantes. Estaban tan orgullosos de sí mismos.

  Malditos parásitos.

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