J?rgen Czacki caminaba por un pasillo de escasa iluminación, sus pasos resonaban en el silencio del lugar. En sus manos cargaba un ramo de flores blancas. Avanzó hasta detenerse frente a la puerta con la placa “9-D”. Colocó su mano izquierda en el picaporte y la abrió.
En el interior, Ocho y R?sse?s estaban sentadas junto a la cama donde yacía Desza, el Profanador, sumido en un sue?o profundo.
—Buenas noches, se?oritas —saludó J?rgen.
R?sse?s asintió levemente con la cabeza, mientras Ocho se puso de pie.
—Buenas noches, Czacki.
J?rgen se acercó a la mesa de luz y retiró las flores marchitas para reemplazarlas con las frescas que había traído.
—Pueden irse a dormir, chicas. Yo me quedaré aquí.
—?Se lo dijiste a Isabel? —preguntó R?sse?s.
—No lo hice, Andrea, porque sé que no le gusta la idea de que yo haga esto.
—?Esto? —Ocho lo miró con curiosidad.
—Ha pasado un mes desde que el jefe Desza quedó inconsciente. No tenemos instalaciones decentes para tratarlo, así que me encargo de darle energía para que su cuerpo siga funcionando.
—No tienes por qué hacer eso. Todos aquí...
—No, Ocho. Yo soy el único que puede hacerlo. Sin ánimo de ofender, pero sus poderes no pueden alimentar a Desza. No saben cómo transferir energía de un cuerpo a otro.
—Te lo dije una vez y lo diré otra vez —intervino R?sse?s, con una mirada severa—. Tienes que dormir.
—No, no lo haré. Ahora lárguense.
R?sse?s se puso de pie y alzó la mano para abofetearlo, pero J?rgen reaccionó rápido y le sujetó la mu?eca.
—No te culpo por tu furia, pero sabes que tengo razón —dijo con frialdad—. O acaso me dirás que no perdiste miserablemente contra aquella dríade.
El enojo de R?sse?s se intensificó hasta que su piel comenzó a calentarse de forma antinatural. J?rgen, al notar el cambio, la tomó del cuello con firmeza.
—Abstente de hacer una estupidez aquí. Ya tuvimos suficiente suerte de que Pullbarey nos diera esta habitación para él. No compliques nuestra situación, Andrea. Sería más inteligente que canalizaras tu ira en algo productivo, como entrenar para no volver a perder tan lamentablemente.
—?Alto, por favor, detente! —intervino Ocho, con el rostro tenso.
J?rgen la soltó y se alejó de R?sse?s, mostrandose un poco alarmado.
—Lo siento... es que... lo siento.
—No, yo lo siento —murmuró R?sse?s antes de salir de la habitación, cargada de ira y tristeza.
J?rgen se pasó la mano por el rostro y miró a Desza.
—?Qué estoy haciendo...? Esto es mi culpa. Volví a fracasar. No pude hacer nada.
Días atrás.
Desza se lanzó contra Ramiro, el Campeón, un hombre conocido por su fuerza descomunal. Machete contra pu?o. Locura contra cordura.
—?Por qué no te quedas quieto? —se burló Desza.
Los ojos de Ramiro brillaron con intensidad antes de atrapar su mu?eca y atraerlo violentamente hacia él, golpeando su frente contra la de Desza.
—Se acabaron los juegos, Profanador.
Desza quedó sorprendido. Un instante después, J?rgen corrió hacia ellos, pero fue demasiado tarde. Ramiro le fracturó el cuello a Desza. Este cayó al suelo instantáneamente, sus ojos llenándose de sangre.
Una figura sombría apareció detrás de Ramiro y posó una mano en su hombro.
—No podrás ganarle. Vámonos.
Ramiro miró a J?rgen, que se aproximaba con furia dibujada en el rostro.
—Sangre por sangre. Yo he cumplido. Que el tiempo decida su destino —luego miró a su acompa?ante—. Vámonos. Que el mundo sepa de esto.
Ramiro y su compa?ero desaparecieron antes de que el pu?o de J?rgen pudiera alcanzarlos.
—Desza ha muerto —susurró.
Se arrodilló junto al cuerpo de su compa?ero y lo tomó entre sus brazos. Su rostro se torció de dolor y dejó escapar un sollozo.
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—Otra vez no... ?Por qué? ?Por qué no pude protegerlo?
—Vaya, esto es un desastre.
J?rgen alzó la vista rápidamente y vio a Pullbarey, acompa?ado de Greg.
—Me voy seis días y me encuentro con esto. Vaya, ustedes sí que son mejores perdiendo que ganando.
—?Por favor! ?Sálvalo! —gritó J?rgen, desesperado.
Pullbarey suspiró.
—Greg, lleva su cuerpo al auto.
—Como usted diga.
El anciano tomó a Desza en brazos y se alejó. J?rgen intentó seguirlos, pero Pullbarey le detuvo con un dedo en el pecho.
—Hay algo que quiero que hagas, Czacki.
—Tengo que estar a su lado.
—Lo harás. Pero primero, investiga a esta persona —Pullbarey sacó una fotografía y se la entregó.
—Hammya Saillim...
—Hace poco despertó mi interés, en especial su nombre. Quiero un seguimiento.
—Lo haré, pero con una condición: déjeme estar al lado de Desza esta semana.
—De acuerdo. Tienes una semana.
Presente.
—Lo lamento, se?or.
J?rgen se inclinó y besó la frente de Desza. Luego sacó de su bolsillo una cartera que contenía una jeringa, la extrajo de su estuche, se arremangó la manga izquierda y se inyectó, extrayendo su propia sangre. No parpadeó al sentir la aguja perforar su piel. Con movimientos calculados, procedió a inyectársela a Desza.
Poco después, se arrodilló abruptamente y comenzó a toser salvajemente. Con la poca fuerza que le quedaba, alzó su brazo derecho y tomó la mano de Desza.
—Tienes que abrir los ojos...
En ese momento, la puerta se abrió y entró Isabel con un plato de comida. Al verlo en el suelo de esa forma, sus manos temblaron. Lentamente, bajó la bandeja sobre una mesa, derramando un poco de su contenido fuera del plato.
—?J?rgen!
Corrió hacia él y lo sostuvo contra su cuerpo.
—Te dije que no hicieras locuras.
—Lo siento... en verdad lo siento.
Con esfuerzo, Isabel logró sentarlo en una silla.
—Debes descansar, no puedes seguir haciendo esto.
—Tengo que hacerlo, es la única manera de salvar a Desza.
Isabel suspiró, resignada.
—Eres un cabeza dura.
—Siento ser así...
Ella se río con suavidad.
—Te ves muy demacrado. Intenta dormir un poco.
—No... no puedo hacerlo.
Se acomodó mejor en la silla y fijó su mirada en la pared.
—No hasta que tenga la certeza de que ustedes estén a salvo.
—Ah, J?rgen... aunque digas eso, no es bueno para tu salud. Te ves terrible. Tu piel está áspera y fría, y tus ojos... Ah, tus ojos. Siguen siendo hermosos, pero están agotados bajo esas ojeras negras.
Con ternura, lo atrajo hacia su pecho y acarició su cabeza.
—No tienes por qué pasar por esta horrible situación tú solo. Somos fuertes y podemos defendernos por nuestra cuenta.
—Isabel...
J?rgen cerró los ojos lentamente, pero en cuanto lo hizo, su mente se llenó de imágenes violentas. Gritos, dolor, sangre... Olas de desesperación inundaron su cabeza.
—?NO!
Gritó y se despertó bruscamente, alejándose de Isabel con el corazón latiéndole con fuerza. Sus ojos se humedecieron y los cubrió con su mano derecha.
—No puedo hacerlo. Me aterra la idea de quedar inconsciente. No quiero eso. No otra vez... No pude ayudar a Desza cuando más me necesitaba.
Isabel posó su mano sobre su hombro con suavidad.
—Algún día, haré que duermas. Te demostraré que puedes estar seguro.
J?rgen, mientras aún se cubría los ojos, colocó su mano izquierda sobre la de Isabel.
—Eres importante para mí. Todos lo son. Necesitan un vigilante. Y ahora que Desza está en este estado, yo soy el segundo al mando. Tengo una responsabilidad mayor sobre esta familia.
Isabel lo abrazó con fuerza.
—No te obligaré... pero, por favor, no te sobre esfuerces.
J?rgen apartó la mano de su rostro y la miró directamente. A pesar del cansancio, sus ojos seguían brillando. Por primera vez, Isabel lo besó en los labios.
Esa misma noche, Isabel durmió recostada en el regazo de J?rgen. él la observó en silencio, acarició su frente y, con cuidado, se levantó de la silla, posando su delicada cabeza sobre un cojín. Luego tomó una toalla cercana y la cubrió. Caminó hasta la cama de Desza y tomó su mano. Observó en la pantalla del monitor su ritmo cardíaco, estable.
—Le juro que protegeré a esta familia.
Salía de la habitación cuando vio a Chesulloth recostada contra la pared.
—?Otra vez? —dijo ella con una sonrisa ladeada—. Volverás a recorrer el perímetro.
—No, esta vez será diferente, Amasai.
—?En qué sentido?
—Es por trabajo.
—?Quieres que te ayude?
—No será necesario, pero si realmente quieres ayudar, quédate a cargo mientras no estoy.
—?Yo?
—?Por qué no Guz?
—Porque eres la tercera al mando, Amasai. Eres una Testigo, cumple con tu deber y no flojees.
—Por supuesto. —Se inclinó con elegancia.
J?rgen abandonó el pasillo y salió al exterior, donde la luz de la luna iluminaba el paisaje. Frente a él, Pullbarey permanecía de espaldas, con las manos entrelazadas detrás, observando los kilómetros de agua que rodeaban la zona. J?rgen inhaló profundamente y exhaló.
Caminó sobre las hojas muertas de los árboles. Cada pisada hacía crujir la vegetación seca, alertando a Pullbarey de su presencia.
—Mmm… una luna bastante hermosa y un río inquietantemente tranquilo.
—?Cómo la llaman en tu planeta?
—Mmm… se llama [Voz distorsionada e ininteligible]. Traducido a su alfabeto, sería "Oruma" o simplemente "Luna".
J?rgen se quedó en silencio. Nunca antes había escuchado algo así. ?Eso había sido una palabra? O peor aún… ?un sonido?
—No es común verte solo aquí.
—No estás obligado a seguirme. Ya di las indicaciones para tu trabajo.
—Ya veo…
—?Y?
—?Y qué?
—Pensé que me preguntarías algo. Dudo mucho que hayas venido hasta aquí solo para admirar la luna conmigo.
J?rgen exhaló lentamente.
—?Tu planeta es igual a este?
—Mmm… más o menos. Es mucho más grande.
—?Qué tan grande?
—Este planeta cabría en el mío y sería poco más que una monta?a.
—No puedo imaginármelo.
—Lo entiendo. Para mí también es extra?o que algo tan peque?o como esto sea considerado un “planeta”.
—Entonces, ?eres un extraterrestre?
Pullbarey sonrió con cierta burla.
—Esa es una palabra llamativa… ?Así de limitada es su imaginación para describirnos? No los culpo. Sus antepasados moldearon su concepto del espacio basándose en su propia biología… una estupidez. Pero sí, volviendo a tu pregunta: podrías decir que sí.
—?Cómo es el cielo en tu mundo?
—Violeta.
—?El agua?
—Similar a la de aquí, pero con tonos celestes más intensos.
—?Y los árboles?
—De colores diversos.
—Cuando consigas lo que buscas… ?qué harás?
—Volveré a mi hogar y terminaré lo que empecé.
—Ya veo… ya veo.
El silencio se extendió por largos minutos, incómodo, tenso.
—Se?or Czacki —rompió Pullbarey—, sé que estas preguntas tienen un propósito. En lugar de rodear el tema, preferiría que fueras directo. Habla de una vez.
J?rgen mantuvo la mirada en él. El viento sopló con fuerza, llevándose sus palabras en aquella noche. Pero Pullbarey las escuchó con claridad.
El alienígena suspiró y lo miró fijamente.
—Ya veo… —murmuró. Luego sonrió con desprecio—. Eres un humano desagradable.