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Es Susurro Carmesí

  El Susurro Carmesí no era solo un antro; era una herida abierta en el corazón de la ciudad, un lugar donde la decadencia y la desesperación se mezclaban con el placer y la violencia. En su interior, el aire estaba cargado de un hedor penetrante: sudor rancio, perfumes baratos y un dejo metálico de sangre seca que se aferraba a las paredes. La música, un ritmo industrial profundo y distorsionado, vibraba en los huesos de los presentes, resonando con cada latido acelerado por drogas de dudosa procedencia.

  Las luces de neón rojo parpadeaban intermitentemente, proyectando sombras alargadas en las paredes mugrientas. La iluminación te?ía todo de un carmesí enfermizo: los rostros curtidos de los clientes, los charcos pegajosos en el suelo y las copas baratas que reflejaban un brillo sangriento. En un rincón, un traficante de ojos inyectados en sangre negociaba con una mujer de labios partidos y dedos temblorosos; en la pista de baile, una joven con implantes cibernéticos se movía de manera hipnótica, su piel reflectante resplandeciendo bajo las luces artificiales.

  Cerca de la barra, Hektor "El Carnicero" observaba a sus clientes con una media sonrisa depredadora. Sus ojos, reflejando el rojo neón, parecían dos brasas encendidas.

  En una mesa apartada, tres figuras malheridas y furiosas bebían y conversaban indiferentes a lo que sucedía a su alrededor. Eran los maleantes que, apenas unas horas antes, habían sido humillados por un solo tipo. "El Programador Pobre", como lo llamaban con desprecio. Pero ahora ya no se reían de él.

  —?Es imposible! —gru?ó Bork, el líder del trío, escupiendo al suelo. Su rostro aún mostraba las marcas de la paliza—. Ese maldito no era nada... hasta hoy.

  —?Cómo lo hizo? —preguntó Drek, frotándose la mandíbula dislocada—. Lo vi moverse. Era demasiado rápido. Demasiado fuerte.

  —?Debe haberse metido algo! —interrumpió Luko, con un ojo hinchado—. Hay drogas de mejora, suero de combate... tiene que haber sido algo de eso.

  —O tal vez... —Bork miró a su alrededor con recelo antes de susurrar— ...tal vez el Sistema lo favoreció.

  Los otros dos se estremecieron.

  El Sistema nunca daba algo sin razón. Y si "El Programador Pobre" había recibido un don, significaba que era alguien especial... o alguien peligroso.

  —Tenemos que averiguar quién demonios es en realidad —sentenció Bork—. Y hay alguien que puede ayudarnos con eso.

  Giraron la cabeza en donde la figura corpulenta Hektor "El Carnicero", due?o de "El Susurro Carmesí" y uno de los jefes del tráfico en la zona, los observaba con un brillo malicioso en sus ojos. Sonrió apenas, esperando que se acercaran con su pedido.

  En la barra, un hombre bebía en silencio, su mirada fija en el reflejo de los maleantes en el espejo detrás del cantinero. Era un joven delgado, de cabello desordenado y ojos afilados, ocultos tras unos lentes de interfaz. Se llamaba Dante, un viejo amigo de Kael. Su trabajo era sencillo: hackear sistemas menores, vender información y, sobre todo, mantenerse con vida. Pero lo que acababa de oír le hizo tragar saliva con nerviosismo.

  La descripción del hombre que había golpeado a esos tipos, la ropa que llevaba, lo de "programador pobre"... todo encajaba con la imagen de su amigo. Negó con la cabeza, intentando convencerse de que era imposible. Kael se hacía respetar, sí, pero no a ese nivel. No como alguien capaz de humillar a tres matones y salir ileso.

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  —No puede ser... —murmuró para sí mismo.

  Conectó su implante de comunicación y, en un instante, su visor proyectó la imagen holográfica de Kael, quien apareció con un gesto de confusión.

  —Dante, ?qué pasa? —preguntó Kael, notando la expresión inquieta de su amigo.

  Dante echó un vistazo furtivo hacia los maleantes antes de hablar en voz baja.

  —Kael... dime que no eres tú de quién están hablando estos tipos.

  Kael frunció el ce?o.

  —?De qué estás hablando?

  —Estoy en El Susurro Carmesí. Bork y sus matones están aquí, lamiéndose las heridas y preguntándose cómo demonios un "simple programador" los destrozó a golpes... y para colmo, los robó. No creo que hayas sido tú, amigo, pero la descripción que dan concuerda demasiado. Y encima, se acercaron al Carnicero... Seguramente para pedirle apoyo.

  Un escalofrío recorrió la espalda de Kael. Su error en el vertedero estaba volviendo para perseguirlo mucho antes de lo que pensaba.

  —Mierda... —susurró.

  Dante asintió con gravedad.

  —No sé qué ha pasado ni te voy a preguntar. Pero cuídate, y sobre todo, protege a Lira. Si te encuentran, y te confunden con el tipo que piensan... te van a destrozar.

  Kael apretó los dientes.

  —Gracias por avisarme.

  Kael se dejó caer en la silla sintiendo cómo la tensión se acumulaba en sus hombros. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por el tenue resplandor de los neones de la ciudad que se filtraban por la ventana sucia. La lluvia afuera golpeaba con fuerza.

  En la cama, Lira dormía profundamente, su pecho subiendo y bajando con un ritmo tranquilo. Su rostro, relajado en el sue?o, contrastaba con la crudeza del mundo exterior. Kael se quedó mirándola, sintiendo una punzada en el pecho. No tenía miedo por sí mismo. Sabía que si lo atrapaban, lo harían pedazos. Pero Lira... si los matones del Carnicero descubrieran que tenía una hermana, ella se convertiría en su punto débil.

  El miedo se transformó en urgencia. Tenía que sacarla de allí. Mudarse a otro sector, un lugar donde no tuvieran que estar pendientes de cada sombra en un callejón, donde no tuvieran que temer que alguien entrara por la puerta en medio de la noche. Pero eso requería créditos. Muchos.

  Kael abrió su visor y revisó su balance. Una miseria a pesar de incrementar sus creditos con el robo a los maleantes. Con su trabajo de reparaciones técnicas y hackeos menores apenas les alcanzaba para la renta y la comida. Para mudarse a un sector más seguro necesitaría, como mínimo, diez veces lo que tenía.

  Opciones.

  Podría buscar un trabajo más estable, algo en una corporación... pero sabía que eso no era viable. En el mejor de los casos lo explotarían por migajas, y en el peor, lo meterían en una jaula digital donde su vida sería controlada por completo.

  La otra opción era más rápida, más peligrosa. Sabía cómo moverse en la red oscura, cómo acceder a sistemas restringidos. Hackeos de alto nivel. Transferencias de créditos fraudulentas. Información valiosa que podía vender al mejor postor. El problema era que cuanto más jugara con fuego, más atención atraería. Y ya tenía suficientes problemas con la mafia.

  No había más alternativa. Tenía que arriesgarse.

  Se levantó con cuidado y se sentó en el borde de la cama. Lira suspiró en sue?os y se acurrucó un poco más en las sábanas. Kael sintió un nudo en la garganta.

  La despertó con suavidad.

  —?Kael? —preguntó somnolienta, frotándose los ojos.

  —Tenemos que irnos de aquí —dijo él, sin rodeos.

  Lira parpadeó, todavía atrapada entre el sue?o y la realidad.

  —?Qué? ?Por qué?

  Kael buscó las palabras. No podía decirle la verdad. No podía decirle que unos criminales estaban tras su rastro.

  —No es seguro este lugar —dijo al final—. No podemos seguir aquí.

  Lira se incorporó, ahora completamente despierta.

  —Kael... ?Qué hiciste?

  —Nada que valga la pena mencionar —mintió, esbozando una sonrisa cansada—. Solo confía en mí, ?sí?

  Ella lo miró, estudiando su expresión. Al final, suspiró y asintió.

  —Está bien. Si dices que tenemos que irnos, te creo.

  Kael sintió un ligero alivio, pero sabía que lo difícil apenas comenzaba. Ahora solo tenía que encontrar una manera de conseguir los créditos sin terminar muerto en el intento.

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